Encaríñese con el juez

Encaríñese con el juez

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Una vez se me pidió que fuera árbitro en un juego de baloncesto de una liga de la Iglesia. Como siempre fui suplente en el equipo de baloncesto en mis primeros años de secundaria, pasé mucho tiempo observando lo que los árbitros marcaban y las señales que hacían. Sabía cuando se cometía una falta, lo que significaba dar pasos y lo que era la violación de los tres segundos. Me puse nervioso ante la petición, pero podía ver que se me necesitaba e ingenuamente creí que podía ser árbitro. Así que me puse la camisa a rayas me colgué un silbato en el cuello y me lancé a la cancha.

Una hora después, me quité la camisa de un tirón, tiré por allá el silbato y juré nunca volver a ser árbitro.

Quizá usted piense que soy demasiado susceptible y que tal vez recibí mi merecido, lo cierto es que desde el inicio del partido, de hecho en menos de un minuto al hacer sonar el silbato por primera vez, me di cuenta de forma instantánea y dolorosa de la triste realidad que prevalece en todas las competencias deportivas: el árbitro no le cae bien a nadie.

No hay duda de que mi desempeño fue malo. Hice malos cobros, se me pasaron algunas cosas que debí haber marcado y en general mi trabajo fue el que esperaban aquellos que sabían que era novato. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que nunca debí haber aceptado la asignación. Mi preparación era lamentable como para dar el servicio que intentaba ofrecer.

Al mismo tiempo, era un voluntario que le estaba haciendo un favor a prácticamente todas las personas presentes en el gimnasio. Los espectadores y jugadores no tenían el derecho de esperar tener un árbitro de nivel profesional. En consecuencia, sentí que se me había juzgado mal y me sentí lastimado, como si le hubiese dado un regalo a una persona quien, a su vez, lo tiró al piso y lo hizo añicos.

Si hubiera sido un árbitro capacitado y experimentado, sin duda que mi desempeño habría sido mejor. Tampoco habría quedado tan traumatizado por las inevitables críticas, ya que hubiese afrontado el juego con la confianza que brinda el verdadero conocimiento y la experiencia. Con el paso de los años, ahora puedo mirar hacia atrás con un buen grado de objetividad. Veo faltas en ambos lados, pero sobre todo de mi parte. Si bien no puedo cambiar lo sucedido, sí puedo asegurarme de que no vuelva a pasar, y lo haré.

¿Qué tiene que ver todo esto con el arbitraje en FamilySearch? De hecho más de lo que se imagina.

Definición y desenmascaramiento del arbitraje

El término arbitraje puede resultar poco familiar e incómodo. Quizá no es la palabra más certera, pero sí transmite de forma adecuada la función y el propósito de los arbitradores.

En el sitio web de la Real Academia Española, la palabra arbitrar se define como decidir “Dicho de un tercero: Resolver, de manera pacífica, un conflicto entre partes”. Quizás estoy exagerando un poco la analogía, pero en cierta forma considero que los arbitradores de FamilySearch son como los árbitros de los deportes. Los “desacuerdos” en los que ellos arbitran no son entre indexadores que compiten, y nadie está tratando de “vencer” a la otra persona para tener la versión correcta. Los arbitradores trabajan de forma anónima y por lo general no están sujetos al juicio de la gente, el cual tienen que soportar los árbitros.

No obstante, al igual que con los árbitros, la crítica y la negatividad hacia los arbitradores es inminente, y si bien no les llegan en forma directa lote por lote, muchos han sopesado la insatisfacción general que se expresa en contra de ellos y han decidido que lo mejor es dedicarse sólo a la indexación, si es que continúan ofreciéndose de voluntarios. Para muchos, ya es tanta la angustia de tener que decidir cuál de las dos versiones es la mejor que con tan solo un poco de crítica confirman lo que ya se temen, de forma secreta e incorrecta: que en realidad no dan la talla como para que se les confíe semejante responsabilidad.

Cuando eso sucede, todos salimos perdiendo.

Entonces, ¿cómo podemos apreciar a los arbitradores y el arbitraje un poco más? Todo comienza por tener una percepción exacta de quiénes son, qué hacen y qué debemos de esperar de ellos el resto de las personas. Esa percepción solo se adquirirá si nos tomamos el tiempo de entender mejor el arbitraje. Un buen lugar para comenzar son los vínculos a continuación, los cuales hay que leer con una mente abierta. Si después de leerlos no se siente persuadido para hacerse arbitrador, entonces al menos puede llegar a comprender los retos que los arbitradores afrontan en su labor y a apreciar el servicio que ofrecen a la comunidad genealógica.

Esta publicación es la segunda de una serie de artículos en cuanto al arbitraje.

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